Capítulo I

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Hace Pinel mención de algunos documentos contenidos en el archivo de la Villa, que podemos constatar seguían allí en 1786, fecha aproximada de redacción de la Colección Abella, véase, y en general podemos decir que poco más que él sabemos ahora de Moya. Referencia de la obra de Pinel tenemos en el Ensayo de Bartolomé J. Gallardo, tomo III. No nos resistimos a nombrar su afición a la poesía de altos vuelos: "Lágrimas de Escipión el Africano en las ruinas de Numancia", "Resolución animosa de amante desesperada", o "Soneto a las ruinas de Numancia, procurando desengañar a una dama y templar su rigor", etc., de claras resonancias barrocas, con versos de este tenor:


Estas piedras que miras esparcidas,

Fueron un tiempo muro; aqueste llano

Que contemplas desierto, a culto vano

Fábricas nobles ostentó erigidas [..]


Cesáreo Fernández Duro, en su "Colección bibliográfico-biográfica de noticias referentes a la provincia de Zamora, o materiales para su historia", Madrid, 1891, dice de él que fue "Regidor perpetuo de la ciudad de Toro; poeta, figuró con lucimiento en varias academias celebradas en Madrid al final del reinado de Felipe IV y principios de Carlos II hasta 1675". Demuestra, en efecto, su dominio del verso, ganando el primer premio de un certamen poético celebrado en 1663, con motivo del primer centenario de la fundación de El Escorial, en competencia con otras plumas de valía, como Saavedra Fajardo y Vélez de Guevara, que obtiene Premio Supernumerario. Obligado parece el traslado de este bello soneto, que se puede leer en la pág. 47 de la "Octava sagradamente culta, celebrada de Orden del Rey Nuestro Señor, en la Octava Maravilla. Festiva aclamación: Pompa Sacra, Célebre, Religiosa. Centenario del único milagro del mundo San Lorenzo El Real del Escurial...", Madrid, 1664, por Fr. Luys de Santa María, presidente del tribunal.

No el rebelde peñasco en su dureza

La religiosa maquina assegura,

Ni al desvelo de docta Architectura

Le debe eternidades su grandeza:

Sino el zelo real, cuya fineza

En los incendios de piedad se apura,

Y la estable constancia con que dura

Le sirve al edificio de firmeza.

Por él también la Augusta Monarquía,

Apoyada en sus místicos cimientos,

Aspira a duraciones inmortales:

Mal podrá de los siglos la porfía

Alterar unos, y otros fundamentos;

Pues no estriban en causas materiales.


La circunstancia de su cargo municipal induce a suponer la pertenencia de Francisco Pinel y Monroy a una de las más ilustres familias de Toro, ya que era exigencia del oficio de regidor perpetuo ostentar apellido de hijodalgo. Es la familia Monroy, en efecto, una de las más destacadas de la ciudad, véase "Apuntes sobre la nobleza de la ciudad de Toro", por Enrique Fernández-Prieto, en HIDALGUIA, 1965, no. 69, págs. 163/192; pero hay pocas esperanzas de encontrar rastro alguno de su actividad en el concejo, toda vez que el archivo de Toro es pasto de las llamas en 1761. Aún así, hemos de agradecer a D. José Navarro Talegón, experto conocedor de los asuntos de Toro, el rastreo efectuado a petición nuestra, infructuosamente. Por otra parte, el mismo Fernández Duro, en su conocida Historia de Zamora en cuatro volúmenes, nos trae la inesperada noticia del cese de Francisco Tomás Pinel y Monroy, Caballero de Santiago y Maestre de Campo, en el cargo de Gobernador Político-Militar de Zamora el 18/11/1699, sin más. ¿Se trata de nuestro cronista?. Hermosos poemas de Pinel tenemos en B/N Mss. 3970, 4049, 4111, y sobre todo el 2100, fº 211v y ss. Es también autor de panegíricos, como un "Soneto a la muerte del Rey Felipe IV", y un "Epitalamio escrito en las bodas de los Excelentissimos Señores Don Juan Manuel Fernández Pacheco, y Doña Iosepha Benavides Silva y Manrique, Marqueses de Villena, etc", que, junto con el Retrato, nos pone de manifiesto, quizá, una relación de mecenazgo con la casa Villena. No en balde el libro está escrito en honor de un joven Juan Manuel Fernández Pacheco, en el que "...Concurren ...todas las prendas, y virtudes, que son poderosas a influir amor, y respeto", y otras lindezas propias de este tipo de literatura que hay que aceptar en su justo término, y otorgan al libro el inconfundible carácter de trabajo por encargo, circunstancia que explica plenamente la enorme disponibilidad documental de que hace gala. Por éste y otros motivos, es Pinel incluido en la Lista de autores elegidos por la Real Academia Española, para el uso de voces y modos de hablar, en el glorioso Diccionario de Autoridades, 1732. Por otra parte, sabemos por Nicolás Antonio, BHN, Tomus primus, pág. 459, que era "...ayo y preceptor del Excelentísimo Don Domingo de Guzmán, primogénito del duque de Medinasidonia, docto y elocuente, conocedor de historias y antigüedades, y poeta inspirado..", buena opinión compartida por don Diego J. Dormer en su erudita "Progresos de la historia del Reino de Aragón", 1680, pág. 354, que incluye una carta introductoria de nuestro cronista, entre otras de ilustre pluma. Véase también B/N Mss 8385, fº 279, carta de Francisco Pinel y Monroy a Diego J. Dormer agradeciendo la deferencia.

Fue de todos modos don Juan Manuel (1650-1725) un brillante ejemplo en varias actividades propias de la nobleza ilustrada, como la política (Virrey de Nápoles), las ciencias y las letras, además de la milicia, aunque en esta última no cosechó grandes éxitos sino todo lo contrario, siendo vencido en la batalla del Ter por los franceses, que le llamaron L'Escolier por su afición a las letras y su falta de pericia en el arte militar, véase Fernández de Bethencourt, “Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española”, tomo II, págs. 263 a 274. Otras referencias de él tendremos cuando hablemos de su biblioteca, a propósito del artículo de Gregorio de Andrés en la revista HISPANIA.

Esta relación de mecenazgo explica bastante bien el tratamiento que da Pinel a la figura de don Andrés Cabrera, personaje central del libro y el más influyente y encumbrado de la historia de Moya, quien a pesar de ello no pierde en absoluto un ápice de su magnitud de hombre de estado. Muñoz y Soliva le llamará Iris de la Paz de España. Pieza clave en aquellos días cruciales para la historia de Castilla, y de España, demuestra no sólo su hombría de bien, sino finísimo olfato de converso que, rodeado de enemigos, se abre camino en la selva nobiliaria, inextricable para personas con escaso instinto de supervivencia. Recién llegado a la corte, Enríquez del Castillo, capellán de Enrique IV, dirá de él "...el qual aunque de poca edad en los días, era viejo en el seso e reposo: de quien el Rey se confiaba, e le daba parte de sus secretos...", su Crónica, cap. XXXIX. Tenemos indicios suficientes de su talento cortesano en un espléndido documento cuya copia se conserva en el Archivo de Alcalá (al menos allí estaba en 1873), que Pinel reproduce, págs. 109 a 112: Solicitado por su rey en el momento crucial de la muerte del infante D. Alfonso, emite su voto favorable a la designación de Isabel como heredera del Reino con lujo de argumentos, razones de estado, y un magnífico estilo literario sólo al alcance de personas de inteligencia superior. Patrimonio común a estos campeones del medioevo crepuscular parecen sus dotes y afición al discurso político. No nos resistimos a sugerir al lector la consulta de las "Cartas privadas de Nicolás Maquiavelo", trad. y notas por Luis A. Arocena, EUDEBA, Buenos Aires, 1979, la mejor edición en castellano. Y del mismo modo que, según Arocena, pág. XL de su Estudio Preliminar, las bonae literae fueron para Maquiavelo parte constitutiva de su personalidad, es indicio inconfundible del carácter de Cabrera el texto citado, que denuncia sin duda un espíritu sumamente pragmático, capaz de discernir aspectos de la realidad que fácilmente pasan inadvertidos al común, y dotado de gran vocación de síntesis, lo que le permite exponer la situación, sus problemas y consecuencias, en toda su dimensión, de modo que huelgan las preguntas; y éstos son aspectos que, globalmente considerados, nos remiten al estilo de las mejores cartas políticas del magnífico florentino, de las que hay buen repertorio en la edición de Arocena. En cuanto a la de D. Andrés, puede también leerse gracias a la transcripción de Francisco García Fresca en la Revista de Archivos, 1873, págs. 122/126, reproducida por A. Paz y Meliá en el apéndice b, pág. 325 de sus "Ilustraciones a las Décadas de Alonso de Palencia", incluidas en "El cronista Alonso de Palencia". Por otra parte, y aclarando previamente que no hemos consultado el documento en cuestión en el archivo de Alcalá, parece evidente que es reproducción de unas páginas de “Retrato del buen Vasallo”, extremo que esperamos confirmar en breve y que ha escapado limpiamente a la consideración de Paz y Meliá, y García Fresca, al no comparar con el texto de Pinel y Monroy. No obstante, creemos que dicho voto existió y fue conocido por el cronista, aunque nos hurta su fuente de información. Sin apostar ciegamente por la honestidad del autor, un detallado análisis del texto que en otro momento podemos someter a consideración del lector, nos lleva a concluir que no puede haber sido inventado: si la historia de Pinel y Monroy poseyera las prendas literarias y finura que adornan el discurso del consejero, figuraría el Retrato entre las obras selectas de la literatura española, y no desdeñaría un puesto de preferencia entre los textos políticos, circunstancia que, a fin de cuentas, está muy lejos de producirse. Profundiza esta convicción el hecho de presentarse dicho voto de la mano de otro que emite Juan Fernández Galindo, alcaide del alcázar de Madrid, págs. 107/109, diferente por sus características y postura personal ante el problema de la sucesión, que como sabemos fue una de las cuestiones esenciales del reinado, si no el hecho crucial por sus importantes consecuencias. Y no es preciso recordar que éstas, las consecuencias, se ajustaron plenamente al punto de vista del mayordomo, alcaide, tesorero, amigo y consejero de Enrique IV, Andrés de Cabrera.

Es inevitable un cierto aire de "consorte", del que difícilmente se hubiera librado nadie que tuviera como esposa a doña Beatriz de Bobadilla, quien por otra parte recibe también extensos comentarios y clarísimo trato de favor. Mas, sea como fuere, no cabe duda de su enorme capacidad de protagonismo, según se desprende de algunos pasajes de la crónica de Pinel, como la negociación de Guisando, véase Pulgar, tomo I, cap. II; los sucesos de Segovia de 1472/73; la reconciliación de los hermanos Isabel y Enrique, y el golpe de estado que supuso la entronización de Isabel apenas unas horas después de la muerte del rey su hermano, acto solemnísimo del que tenemos cumplida referencia gracias al escribano Pedro García de la Torre, testigo de excepción, y cuya magnífica narración, desconocida por Pinel y más propia del final de un cuento de hadas que del instrumento de un notario, fue desempolvada y transcrita por Mariano Grau, "Polvo de Archivos", pág. 13 y ss, "Así fue coronada Isabel la Católica", donde transcribe: "E luego los dichos corregidor e alcaldes e alguazil e oficiales e omes buenos en señal de reconoscimiento de señorio entregaron las uaras de la justicia que en sus manos tenian a la dicha señora reyna e su alteza las tomo e las entrego al leal andres de cabrera mayordomo del dicho señor rey don enrrique e de su consejo e justicia mayor de la dicha cibdad de segouia que ay estaua presente para que las tenga o de a quien las tenga e use por su alteza el cual dicho mayordomo las rescibio de mano de la dicha señora reyna e las entrego a los dichos corregidor e alcaldes e alguazil que presentes estauan que primero las tenia para que las tengan en su lugar e por la dicha señora reyna/ E luego yncontinente el dicho andres de cabrera alcayde e tenedor de los alcazares e fortaleza ...".

Por otra parte, detectamos la presencia del Cabrera en varios actos de trascendencia histórica, como las "Capitulaciones asentadas entre los Reyes Católicos y el alcaide Abulcacim el Muleh, en nombre de Boabdil...", (30/12/1492), a la caída de Granada; o el privilegio rodado, confirmando las capitulaciones especiales, (3/12/1492), que conducen al protocolo final de rendición, que comenta Pinel, pág. 289; o el tratado de paz entre Luis XII de Francia y los Reyes Católicos, (5/8/1498); o lo vemos en el entorno más próximo de los reyes, si leemos las "Instrucciones dadas por su Majestad el Rey a sus fieles y queridos criados James Brooke, Francisco Marsin y Juan Stile, enseñandoles como se han de gobernar cuando llegaran al reino de España y a la presencia de su primo, el Rey de Aragón", año de 1505, B/N Ms. 2811, presencia cortesana que constata Rábade Obradó para toda la familia, su Tesis, pág. 812 y nota 223, según Libros de Cédulas de Cámara, A.G.S. Véase “Documentos Inéditos para la Historia de España”, Madrid, 1952, tomos VII y VIII. Y en fin, por abreviar, las especiales recomendaciones de protección a los Marqueses de Moya y a todos sus descendientes que la reina Isabel dicta para su testamento y codicilio, atenuando en su caso la general revocación de mercedes que por necesidad, e importunamente, había concedido, y disponiendo "sea fecha enmienda y equivalencia de la dicha villa de Moya a los dichos Marqués e Marquesa, en otra villa e tierra, e lugares, e vasallos, e rentas...", y que "dejen libre para la Corona la dicha Villa de Moya con su fortaleza, e tierras e términos, e jurisdicción, e señoríos, e rentas, e vasallos...". Véase por ejemplo F. Gómez de Mercado y de Miguel, "Isabel I. Reina de España y madre de América", S/l, 1943, págs. 179/180, obra llena de interés, o bien G. de Zurita, sus "Cinco libros postreros de la Historia del Rey Don Hernando", 1670, tomo V, libro V, fº 349v.

Quedan ocultos en el Retrato algunos aspectos esenciales de su personalidad que el autor calla, o desconoce. Silencia una y otra vez Pinel el rumor generalizado del origen converso de Cabrera, a pesar de conocer muy bien diferentes hechos de su vida que cuando menos inducen a sospecharlo, aunque demuestra excesivo y sospechoso interés por justificar el cambio, o evolución del apellido de los antepasados de D. Andrés, pág. 13, y sobre todo págs. 237 y 238, en que echa mano de la Rethorica de Aristóteles, "..la nobleza se deriva de los varones, y de las hembras.."; o enfatiza la ortodoxia religiosa de su formación primera cuando afirma que sus padres "...trataron de instruirle en el temor de Dios, y en la enseñança Catolica, que corresponde a las Auroras de la vida, para que bebiendo en el primer aliento los preceptos mas importantes, se hiziesse naturaleza la doctrina", pág. 35. Es difícil aceptar, por otra parte, que el poeta y humanista Pinel y Monroy desconociera las famosas Coplas del Provincial, sátira procaz y bodevilesca cuya primera entrega data de la segunda mitad del siglo XV, corregida y aumentada por mil plumas en el XVI, anónima y no publicada hasta el XIX, véase transcripción de ambas versiones a cargo de Foulché-Delbosch en la REVUE HISPANIQUE, V (1898) y VI (1899). En esta última, pág. 429, tenemos las coplas 13 y 14 que, dedicadas Al primer Marqués de Moia, dicen:

A ti padre frai Andr[es]

que te llamas de Cabre[ra]

por quien dijo el de la...

ojos de cabra tenés.

Tu padre bien se quien [es]

Pero Lopez de Madr[id]

en Cuenca rabi daui[d]

arrendador malar...

Trasladamos aquí, no la versión de Foulché-Delbosch, muy defectuosa, sino la que hace D. Salvador de Madariaga en su "Vida del muy magnífico señor Don Cristobal Colón", Buenos Aires, 1947, pág. 233, comentando la ascendencia de Cabrera. Otras dos estrofas (8 y 9) dedica El Provincial al conde de Chinchón. Aún así, no oculta Pinel la cesión de la casa segoviana de los Cabrera para asiento del primer tribunal inquisidor y cárcel del Santo Oficio, lo que bien puede interpretarse como rasgo de higiene en quien anima el saludable propósito de lavar su apellido, véase Mendoza y Bobadilla, y nuestras notas al Tizón. Merece la pena comentar, siquiera someramente, la cuestión de las casas del Santo Oficio. Según Pinel, "Diego de Colmenares dize, que el Tribunal se puso en las casas de Francisco de Cáceres, y pone a la letra una librança del Consejo, en que manda se le paguen los alquileres desde que las tomaron hasta fin de setiembre de 1494. Pudo ser que se tomassen ambas por no ser cada una por si bastante; y esto se haze verisimil por auerse conseruado hasta pocos años ha un passadizo de una a otras por encima de la puerta de S. Juan...", pág. 283. Se refiere sin duda a la Historia de Segovia, cap. XXXIV-XVII, y añade Pinel haber visto en el archivo del Conde de Chinchón una cédula de la reina, Medina, septiembre de 1497, según la cual se hace merced a los Marqueses de Moya de una casa cerca de la puerta de San Juan, "en enmienda, y satisfacción del daño que sus casas principales recibieron el tiempo que posaron en ellas los inquisidores". Si el Tribunal estuvo en casa de los Cáceres, que eran por cierto de la facción de los Cabrera, hasta 1494, parece lógico pensar que, si no lo estaba ya antes, debió mudarse a la casa de los marqueses, contigua, desde esta fecha hasta 1497. Esta es también la opinión de Fidel Fita en "La Inquisición de Torquemada. Secretos íntimos", B.R.A.H., nº 23, 1893, págs. 411 y 412, de donde se desprende, independientemente de los pequeños detalles, la colaboración de los marqueses de Moya con Fray Tomás de Torquemada. No debemos pasar por alto, sin embargo, algunos datos muy significativos de su vida, como la probada amistad que les une a Abraham Senior, insigne judío de Segovia, véase Palencia, Crónica, Década II, libro VIII, cap. X, y Yitzhak Baer, "Historia de los judios en la España cristiana", Madrid, 1981, vol. II, pág. 559: en 1475, Abraham recibe de la reina Isabel una renta perpetua de 150.000 Mrs. como premio a la ayuda prestada en su coronación, pero como un judío no podía percibir tales rentas del estado, se inscribe en los libros a nombre de Beatriz de Bobadilla, hasta 1480. Además, había contribuido Abraham decisivamente a la reconciliación de Segovia el año de 1473. En 1492, la reina, doblemente agradecida, le concede el apellido y linaje Coronel no sin antes certificar su conversión, y un año después la hidalguía, véase Teófilo Hernando, "Luis y Antonio Núñez Coronel", en ESTUDIOS SEGOVIANOS, XXI, págs. 385/422, y el llamado "Cronicón de Valladolid", ed. de P. Sainz de Baranda, Madrid, 1848, pág. 195. Por otra parte, no debe pasarse por alto que los Cabrera fueron favorecidos con bienes procedentes de confiscaciones inquisitoriales, tanto en Segovia como en Cuenca, véase Rábade, Los judeoconversos, pág. 899. Sobre el importante papel de los conversos en la corte de los Reyes Catòlicos, véase por ejemplo la abundante obra de Fidel Fita, o bien F. Márquez Villanueva, de quien recomendamos, entre otros trabajos, "Investigaciones sobre Juan Alvarez Gato", Anejo IV del B.R.A.E., 1960, donde también se contempla la figura de Cabrera aunque basándose solamente en A. de Palencia, Enriquez del Castillo y Pinel y Monroy, que ya conocemos, y sobre todo véase la tesis de Rábade Obradó. Conviene leer también "Los judaizantes castellanos y la Inquisición en tiempos de Isabel la Católica", de N. López Martínez, Burgos, 1954. Pero para nosotros es mucho más interesante y prometedor el seguimiento de las relaciones de Cabrera con los conversos de Cuenca, y en especial con la familia Valdés, asunto bien estudiado por Miguel Martínez Millán en "Los hermanos conquenses Alfonso y Juan de Valdés", Premio "Ciudad de Cuenca" de Investigación Histórica 1975, Cuenca, 1976, y la interesantísima serie de artículos que publica en el Diario de Cuenca, ininterrumpidamente, desde el día 4 al 17 de Agosto de 1972, pág. 3, evidenciando la estrechísima amistad del padre, Fernando de Valdés, con Andrés de Cabrera. Un silencio sobrecogedor y cómplice parece reclamar, una vez más, la incursión del investigador en este ambiente cargado de secretas lealtades, vínculos no confesados y, sobre todo ello, la imperdonable ausencia de Alfonso y Juan, y su temprana muerte en brazos del exilio. Nada podrá ya justificar a esta España nuestra el haber perseguido a tantos de sus mejores hijos. En un rasgo que le caracteriza, Martínez Millán aduce extrañas razones de estado para entender el silencio documental en torno a los hermanos Valdés al referirse a ciertos hechos "...que borraron del conocimiento de sus compatriotas, los habitantes de Cuenca, todo recuerdo de los considerados como de fama afrentosa, por exigirlo así aquellos tiempos de lucha y poderío español", pág. 6. Alude a la pérdida, quizá destrucción, de los papeles Valdés, con el mismo espíritu que, un siglo antes, inspira a Menéndez y Pelayo su conocida sentencia sobre Cuenca, a propósito de la semblanza del Dr. Constantino, heterodoxo: “Tierra fecunda de herejes, iluminados, fanáticos y extravagantes personajes de todo género, a la vez que de santos y sabios varones, fue siempre el obispado de Cuenca... también oscurecen su historia, a manera de sombras, Gonzalo de Cuenca, en el siglo XIII; los dos Valdés, Juan y Alonso Díaz, Eugenio Torralba y el Dr. Constantino, en el XVI; la beata Isabel, en el XVIII. Hay, a no dudarlo, algo de levantisco, innovador y resuelto en el genio y condición de aquella enérgica raza”. Evidencia sangrante del uso y abuso de la ortodoxia religiosa con fines fundamentalmente políticos, en "Fundamentos del régimen unitario de los Reyes Católicos", por L. Suárez Fernández, nº 238-240 de Cuadernos Hispanoamericanos, 1958, págs. 176/196. Para un conocimiento muy completo de los asuntos de Inquisición, Henry C. Lea, "Historia de la Inquisición Española", 3 vols., Madrid, FUE, 1983; y quizá, la base de estudio general más importante, "Biblioteca Bibliographica Historiae Sanctae Inquisitionis", de Emil van der Vekene, Vaduz, 1982, 2 vols. con 4.808 títulos.