Capítulo I

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Tampoco explica totalmente el pertinaz empeño del matrimonio en mantener la posesión de la alcaidía de Segovia aun en momentos en que, muerta la reina e impuesto un nuevo orden en Castilla, todavía era políticamente útil. En 1507, quizá espada en mano, retoma personalmente doña Beatriz el Alcázar de Segovia a la muerte del rey extranjero y ante la mirada benevolente de Fernando el Católico, sustituyendo al frente de las tropas a su marido, valetudinario, según Pedro Mártir de Anglería (epístola 343, al Conde de Tendilla), y Pinel, págs. 314 a 322. No debe saber el cronista que Segovia y sus sexmos reportan a los Cabrera una renta anual de más de un millón de maravedíes sin contar las rentas no cuantificadas, que representa el grueso de su patrimonio, Pilar Molina Gutiérrez, “Formación del patrimonio”, pág. 299, y Rábade Obradó de forma más documentada, ver Niveles de renta, cap. VI, págs. 893/901. Entre las rentas no cuantificadas está sin duda la que produce el cargo de tesorero de la ceca, invariablemente asociado al de alcaide del alcázar por estar la casa de moneda situada junto a la puerta de San Juan, cuya guarda le corresponde, "Segovia numismática", Segovia, 1928, de Casto Mª del Rivero, págs. 21/22, y A.G.S., Contadurías Generales, leg. 285, nombramiento de D. Hernando de Chinchón para el puesto de Thesorero de la Casa de Moneda, y sobre todo Pinel, págs. 231, 232 y 325. Este puesto reportará al alcaide no sólo significativos privilegios, sino pingües beneficios por comisiones de acuñación, ver "Privilegio Real dado a los monederos de la casa de Segovia", de LLuis y Navas Brusi, en ESTUDIOS SEGOVIANOS, 1971, págs. 140/151, o la “Nueva Recopilación de Leyes”, Libro V, Titulo XXI, y Val Valdivieso, “Un motivo de descontento popular”, donde se habla también de la importancia de las cecas en aquellos difíciles momentos para la hacienda de Castilla, de su proliferación, y de la inflacción galopante, y Carlos de Lécea y García, "Estudio histórico acerca de la fabricación de moneda en Segovia", Segovia, 1892, pág. 28. En este sentido podemos interpretar las presiones del marqués de Villena para conseguir arrebatar a Cabrera la guarda de las puertas de la Ciudad de Segovia, Pinel, pág. 147, justo en un momento en que las necesidades monetarias de Enrique son acuciantes, ver también Enríquez del Castillo, cap. CLXIII, a lo que se oponen tajantemente los Cabrera. Véase al respecto un análisis general de este asunto en nuestro comentario a Pilar Molina Gutiérrez. Ejercen además de modo implacable su señorío sobre Segovia, (Mª Asenjo González, “Segovia. La ciudad...”), lo que explica bien a las claras la animadversión que despiertan, a la par de su voraz intransigencia. Juan de Mariana cuenta muy bien el retorno de los Cabrera a Segovia, aunque otorga a los dos igual protagonismo, ver libro XXIX, caps. II, V y VI, tomo II. También Diego de Colmenares, cap. XXXVI, con datos del mayor interés. Arrebatan el alcázar a D. Juan Manuel, privado de Felipe el Hermoso, culto y erasmista, que luego sería canciller del emperador, véase Bataillon, E y E, págs. 267/269, aunque no se encontraba en Segovia, ya que había delegado en Diego de Peralta, que es desalojado de la fortaleza, y su hijo Sebastián perseguido y reducido en la iglesia de San Román. Pero el más detallado relato de los sucesos de Segovia de 1506/7 es el testamento del mismo Sebastián de Peralta, caudillo de la resistencia y a la sazón el más encarnizado enemigo de los marqueses de Moya que, aunque sesgado por el odio, nos acerca a la familia Cabrera a punto de percibir el aliento ya cansado del matrimonio, enfilando la recta final de su vida. Véase "El Licenciado Sebastián de Peralta", Segovia, 1893, magnífico trabajo de D. Carlos de Lécea y García, cronista. Aparte otros aspectos no menos importantes, manifiesta Peralta una pasión invencible hacia los marqueses de Moya compartida por un puñado de segovianos entre los que naturalmente no faltan los Arias Dávila y otras destacadas familias de la ciudad, además del clero parroquial (el cabildo estará a favor del regreso de los Cabrera): "Todos ellos nos juramentamos de los resistir y defender, é no consentir que los Marqueses tomasen el Alcazar é la ciudad é puertas, é hicimos una escritura de capitulación de ello, firmada de todos nuestros nombres". Curiosamente, los conversos van a comenzar militando en contra de la familia, aunque cambian su postura a medida que los acontecimientos devienen más favorables al viejo señor de Segovia. Pudo estar motivada la toma de partido inicial del colectivo converso por el temor y la decepción surgidos a causa de la extraña familiaridad con que los Cabrera prestan su propia casa a los secuaces de Torquemada a finales del siglo pasado, olvidando aparentemente otros momentos muy comprometidos en los que Cabrera pudo contar con su ayuda, véase relación de las revueltas de Segovia en diversas fuentes. Según Peralta, los conversos acabarán dando su apoyo a los Cabrera cuando "...les prometieron los de Moya quitar la Inquisición, quemar los libros y echar los Inquisidores", que ya por esos días estaban en las Casas de la Reina, viejo palacio segoviano construido por el rey Enrique hacia 1460, págs. 47/48 de Lécea. Nosotros creemos a Peralta. No es inverosímil todo tipo de promesas hechas al calor de un interregno preñado de escaramuzas, enfrentamientos y tomas de posición precipitadas, bajo la amenaza de un incierto futuro. En efecto, queda Segovia abandonada a su suerte por el Consejo de Regencia, claramente dominado por el duque de Alburquerque y otros amigos de Cabrera, en consonancia, quizá, con la voluntad de Cisneros y del rey Fernando, que se apresta a regresar de Nápoles. Por su parte, y escuchamos de nuevo a Peralta, Hernando de Cabrera y Bobadilla, el futuro conde de Chinchón y jefe efectivo de la represión, esgrime unas supuestas cartas de apoyo del regente enviadas desde Nápoles, pág. 67. Con estos datos, no resulta descabellado acariciar una hipótesis según la cual Fernando aplaza friamente la fecha de su regreso al poder hasta el momento propicio, que coincide con la eliminación de los elementos sustentadores del aparato felipista, el más emblemático y molesto de los cuales no es ni más ni menos que D. Juan Manuel, a quien el Consejo, reunido en Burgos, sencillamente abandona a su suerte interpretando la voluntad del rey. Una vez más, Cabrera, el buen vasallo, pone un reino a sus pies. Destaca en el documento de Peralta, que Lécea transcribe parcialmente, el indudable protagonismo de Hernando, Juan y Diego, los hijos, que llevan el peso de la lucha a las órdenes del primero, más aguerrido y a la postre heredero de los cargos de su padre en Segovia, mientras los marqueses parecen adoptar noble distancia de los hechos, llegando, en un rasgo que les caracteriza, a salvar a Peralta de las acometidas de sus propios esbirros, curando sus heridas en su propia casa y en el lecho de Juan, futuro marqués de Moya, para luego imponer las condiciones de rendición, aunque es Beatriz quien previamente ha enviado una fuerza de cuatrocientos peones y sesenta caballos con el propósito de acometer al licenciado, que salva su vida gracias a un golpe de suerte. Es en lineas generales un apasionante relato lleno de detalles del mayor interés. Constituye, por ejemplo, el más furibundo e intolerante manifiesto viejocastellano que pueda imaginarse, circunstancia que explica, entre otras, la postura intransigente de Peralta hacia el dominio de la familia Cabrera: "...diré por grande esperiencia que dello tengo que los conversos e de linage de judios, por poco que tengan son engañadores, no fieles, ni verdaderos amigos; tienen uno en el corazón, dicen otro por la boca... son mañosos, astutos, sagaces...", o prohibe a sus herederos juntarse en forma alguna con “tan mala casta e generación” so pena de exclusión, y otras lindezas más atrevidas. Hemos encontrado el libro de Lécea incluido en un volumen de Escritos Varios del cronista en el que hay también otro sobre el alcázar, y el ya conocido sobre la moneda segoviana, véase Molina Gutiérrez. Pero conózcase también la narración de los sucesos de Segovia de 1506/7 en la citada “Historia del Rey Don Hernando”, de G. de Zurita, tomo VI, libro VII, cap. LV, donde se otorga a la marquesa todo el protagonismo en la toma del alcázar, que se describe con bastante precisión, no sin antes situar al lector en el contexto político inmediato.

Pasa también por alto Pinel y Monroy el desgraciado accidente de Alcalá, ver Enríquez del Castillo, cap. CXLIX, del que "siempre le quedaron algunas reliquias de pasión, e turbamiento de cabeza a tiempos", lo que unido a su larga enfermedad, “Crónica incompleta”, título VIII, y evidencia documental en una carta de 1463, A.G.S., Estado, Castilla, Leg. 1-2º, fol 1, ver Suárez Fernández y Rodríguez Valencia, “Matrimonio y derecho sucesorio”, págs. 89-90, nota 5, y Ladero Quesada, "1462", pág. 263, puede explicar sobradamente el creciente protagonismo de Beatriz y hasta la especie de sus relaciones escondidas con el Cardenal Mendoza y el Conde de Benavente, que Alonso de Palencia deja caer con cierta saña, Enrique IV, Década III, libro XXVII, cap. III. A decir verdad, se vale Pinel de una treta infantil para ocultar la trascendencia real del suceso. El texto de Enríquez del Castillo no ofrece dudas: es D. Andrés el que resulta arrollado por los contrincantes en liza, pero J. de Quintana, Libro III, cap. XLVII, ff 363v y 364, lo interpreta torcidamente, y convierte en víctima a uno de los agresores, con lo que salva para la posteridad la integridad física y psíquica de D. Andrés. Luego, Pinel y Monroy narra el suceso, pero según la versión de Quintana, citando, eso sí, las dos fuentes, Libro I, cap. XIX, pág. 134, solo que la fuente de Quintana es, naturalmente, Enríquez del Castillo (quien no debía estar a la sazón muy alejado del lugar de los hechos debido a su cargo de confesor del rey), lo que representa citar dos veces la misma fuente para un mismo y único suceso. Sencillamente, Pinel echa una mentira piadosa, que nosotros descubrimos ahora, y le aceptamos con una sonrisa. Fernández de Oviedo, que le conocía personalmente, nos cuenta la verdad con crudeza, Batalla I, Quinquagena I, diálogo XXIII, "...e tropezó su caballo del marqués e cayó con él. Estando en tierra, como ivan de tropel, otro caballo, en que iva uno de los de la compañía, le puso la mano en la frente, de tal manera, que los ojos le salieron de sus vanos, e los tuvo colgados como habés dicho. Quiso Dios que fue curado tan bien, que mediante su misericordia se le tornaron sus ojos a sus asientos, e quedó muy sano e sin detrimento de su vista". Es también correctamente interpretado por la Condesa de Yebes, pág. 26, Rábade Obradó, págs. 573/574, y Llanos y Torriglia en La Reina Isabel, pág. 52. Véase también un llamado Libro de los linages de Hespaña, manuscrito de mediados del siglo XVI, Col. Salazar, 9/234, fº 386v, con evidencia del accidente y de sus consecuencias. Del silencio sobre la larga enfermedad de A. Cabrera es doblemente responsable Pinel y Monroy, al ser una de las pocas personas que sabemos tuvo acceso al manuscrito de la "Crónica incompleta de los Reyes Católicos", donde viene claramente reflejada. Es más, llega a decirnos Pinel que "mantuvo buena salud hasta los últimos años", pág. 331. Se hace también evidente en el primer testamento del Marqués, 15/3/1509, A.G.S., Contaduría de Mercedes, leg. 34, nº 28, que comenta Rábade Obradó, pág. 577, y nombra en pág. 576 una licencia para andar en mula, por sus "muchas enfermedades y pasiones", que se le concede en Octubre de 1502. No era ocioso este trámite. Procedía su necesidad de una disposición de la reina, año 1493, prohibiendo andar en mula si no hay caballo, con objeto de proveer a su abundancia, véase Clemencín, Elogio, pág. 284. Mas, bendito país, hecha la ley, hecha la trampa: en las Cortes de Valladolid de 1542, petición 2, se quejan los procuradores de que "los más y mejores de los caballos están en poder de letrados y médicos y hombres viejos que los capan y se sirven de ellos como mulas". En cuanto a los motivos de Quintana, nada podemos asegurar con certeza, debiendo limitarnos a llamar la atención sobre el excesivo tono encomiástico que usa al referirse a los Condes de Chinchón, rama descendiente, como se sabe, de los Cabrera, véase su “Historia de Madrid”, año 1629, ff 202v a 203v, a la sazón en vida del III Conde de Chinchón, Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla, tesorero general de la Corona y en el apogeo de su poder. Véase Col. Salazar, 9/345, fº 80, arbol de sucesión de Andrés de Cabrera, I Marqués de Moya, en los Condes de Chinchón, sin olvidar a D. Diego Roque López Pacheco, VII marqués de Moya, Grande de España y primo del rey.

Y en fin, que más allá de su imágen pública, nos surge de pronto otro personaje bajo la piel de don Andrés, lleno de ternura y cualidades humanas tan poco frecuentes en aquel siglo de turbulencias, traición y crueldad. He aquí el texto de una carta que envía el mayordomo fiel a su rey:

Fue vuestra yda ayer tan secreta para mi que hasta

que vi a Briones, no supe que erades ydo, a do os su

plico que os querais guardar, assi del trabajar mucho

como de los frios y del comer. Assi mismo si a esto os

days remedio, gran plazer he de veros yr a do olgastes.

Do en el estovieredes, hazednos tanta merced que me ha

gays saber como estays y qual os ha. Gran merced me hares

que quites de vos todo cuydado y pensamiento, hasta que

plega a Dios nuestro Señor que os sintays muy bueno y

rezio, y si en tanto, yo puedo descargaros de algo, em

biadmelo a mandar, que aunque no sea para nada, la so

brada gana que tengo a vuestro servicio me hara que os

sirva en toda voluntad. Estotro dya me dixistes que

queriades mandar a estos fisicos algunos dineros y

enbiasteselo a decir a ellos ... mandad que sea luego.

Esta señora, vuestra hermana, tiene su calentura toda

vya desde anteyer; dizen los fisicos que nunca se le

ha partido. Besaos las manos muchas vezes, mas que le

tras aqui escribi. Bobadilla y yo.

(Real Academia de la Historia. Col. Salazar, 9/9, fº 3. Transcripción tomada de T. de Azcona, "Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y su reinado", Madrid, 1964, pág. 198). No queremos pasar por alto una cláusula de su testamento : "...por ende conformándome con la voluntad de Dios nuestro Señor, mando a mis fijos, que por mi fallecimiento no traygan lutos tiempo alguno, ni se dexen crecer las barbas, so pena de mi bendición; e mis criados les mando, que hagan, e cumplan lo mismo", págs. 330/331. Se trata del testamento de 1509, que Rábade comenta, véase. Añadamos a esto que Bobadilla y yo están enterrados en el Convento de la Santa Cruz de Carboneras, bajo una lápida sin inscripción. Y decir que no hay duda de su importancia histórica, pues como mínimo hay que situar al matrimonio entre el grupo eximio de personas que, si nacidas y formadas en el ambiente medieval, empujan el carro del estado moderno y lo sitúan en línea de partida. Para bien, o para mal.