Capítulo I

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34. GUTIÉRREZ CORONEL, J.- "Historia genealógica de la Casa de Mendoza". Cuenca, 1946. 2 vols., 4º. Volúmenes III y IV de la Biblioteca Conquense. Transcripción del manuscrito "Historia general de la esclarecida Casa de Mendoza", 1785, 3 tomos, en la Biblioteca Nacional, procedente del Archivo de la Casa de Osuna.

Magnífico ejemplo de literatura genealógica. Sobrio y bien documentado. Ver caps. Origen, armas y sucesión de la Casa de Albornoz; La Casa de los Marqueses de Moya; Casa de los Condes de Chinchón, y Línea de los Marqueses de Cañete.

35. GUTIÉRREZ DE MEDINA, Cristóbal.- "Viage de tierra, y mar, feliz por mar, y tierra que hizo el Excellentissimo señor Marqués de Villena mi Señor, yendo por Virrey y Capitan General de la Nueva España en la flota que embio su Majestad este año de mil y seiscientos y quarenta, siendo General della Roque Centeno, y Ordoñez: su Almirante Juan de Campos. Dirigido a Don Ioseph Lopez Pacheco ...", Mexico, 1640. Hemos manejado la edición crítica de Manuel Romero de Terreros, Universidad Nacional Autónoma de México, 1947. XI+89 págs.

Disparatado panegírico de un criado agradecido, confesor y limosnero del duque, pero rico en datos de gran interés para el conocimiento y comprensión de un siglo descabellado, esplendoroso y decadente. Parte el Marqués de Villena y Moya hacia Fuensalida, primera etapa, con 100 acémilas de su repostería, 100 mulas de silla, 8 coches de cámara y dos literas, pág. 8. Pasa el séquito por Moya. Antes lo ha hecho por Toledo y continúa hacia Consuegra, Villahorta, La Membrilla, Torre de Juan Abad, etc., etc., hasta Puerto de Santa María, haciendo alarde generoso en cada punto del trayecto de su condición de Virrey, Grande de España y primo del Rey, derrochando 10.000 ducados en la que sólo es primera parte del viaje que, comenzado en Escalona el 10 de Marzo, concluye en Ciudad de México en olor de multitud el día de San Agustín, 28/8/1640. Resulta particularmente cómico y premonitorio el frustrado intento de zarpada del 8 de abril, "primero día de Pascua de Resurrección, acompañado del Duque de Maqueda, ..., y con otros señores y caballeros de hábito, que iban sirviendo al Marqués mi Señor, se embarcaron en una falúa majestuosamente aderezada, siguiéndole otras muchas con el resto de la familia, hasta la Capitana, que aguardaba dado fondo... fue recebido Su Excelencia en la Capitana con alegría universal, chirimías y salva de artillería...". Sólo que, demorada la salida hasta el día siguiente, "...se fue el viento al Sur, con muy gran huracán, que obligó a calar los mastileros y arriar abajo la verga mayor a la capa...", y tras consultar al "General, pilotos mayores y otros Capitanes expertos", resolvió su excelencia entrar en la bahía y demorar nada menos que 10 días el inicio de la esperada travesía, págs. 15/16, permaneciendo a bordo hasta la definitiva zarpada en evidente desprecio de los elementos, heróico gesto que inspira de inmediato en el cronista disparatado soneto con versos de este tenor: "Pisar no quiso tierra, grande hazaña/y en el mar cristalino aposentado/rindió la tierra y mar con fuerza y maña". En México, los festejos en honor del Virrey se prolongarán cuatro meses. En todo este tiempo constatamos, entre otros excesos difícilmente relatables, más de 7 corridas de toros y otras tantas comedias expresamente compuestas y representadas para el virrey, amén de torneos, luminarias, entremeses y poesías, juegos y fiestas diversas de asistencia multitudinaria. Sobre su temprana afición a los fastos, véase Stuart Falco, Octavario Festivo, y sobre la afición general a las fiestas, al teatro en particular, y la costumbre de nobles y reyes a participar en las representaciones, J.A. Maravall, "La cultura del Barroco", págs. 471/498. Demuestra asimismo don Diego acrisolado fervor religioso, "de suerte que su cámara de popa más parecía Monesterio que Palacio ...". Además de rezar todos los días por la mañana su itinerario, oía dos misas, rezando el oficio de Nuestra Señora y otras devociones. El día de la Cruz de Mayo, en plena travesía, celebra fiesta con "Santo regocijo y grandeza", en torno a "rico altar acompañado de colgaduras, alfombrado el suelo y, adornadas unas andas con mucho aseo de joyas y riqueza ..." que, situado junto al palo mayor, agrupa en su torno a 400 personas, comulgantes acompañando al marqués, en misa "con mucha música de chirimías, dulzainas, bajoncillos y corneta, con muchas chanzonetas ...", pág. 25. Gástase el resto del día en saraos, "juegos muy ridículos, toros de monta, y caballeros con rejones a lo burlesco". Se repite varias veces esta apoteósis sobre las aguas, especialmente el día del Corpus. Véase por cierto la descripción de unas fiestas navales con galera y navío, ¡en el Retiro!, Barrionuevo, Avisos, B.A.E., CCXXII, febrero de 1658: eran las llamadas naumaquias, que nos trae Maravall, obra citada, pág. 495. Incontables ceremonias acompañan al virrey por donde pasa, precedido siempre de clarines. Mas no le va a la zaga en sus excesos el cronista, pues además de aburrirnos con numerosos e insoportables alardes de erudición marinera (especifica los rumbos, todos, desde el Puerto de Santa María hasta Veracruz. Quizá entremos un día en el análisis pormenorizado de este asunto), insufla a su relato un aire cultista en el que no faltan latinajos mil, y citas de fácil acarreo cuyo comentario merecería un tratado aparte, tan desmedido y superfluo como el texto en cuestión. No hacía el cronista más que ponerse a tono con los tiempos tratando de incorporarse a la ola de erudición científica y latinista que alcanza su apogeo en el siglo XVII, y que en el mejor de los casos consigue enriquecer el castellano, aunque mal digerida por escritores mediocres produce el efecto que fácilmente puede apreciarse con la lectura del viaje del Virrey. Pocos años después, Baltasar Gracián sentenciará "el ingenio intenta excesos y consigue prodigios". No es el caso de Gutiérrez Medina, que se atreve, en desenfrenada pleitesía, a comparar a su señor con la divinidad en varias ocasiones: "E imitando en excelencia a Dios ...", pág. 50, o entona el Veni Sancte Spiritus.

Se trata sin duda de un malísimo libro lleno de interés, si se nos permite el exceso, cuya lectura recomendamos vivamente, en voz alta y acompañamiento musical que muy bien podría ser la música religiosa y cortesana de los Haëndel, Lully, Rameau, Bach, Telemann, Purcell, etc., etc. No paséis por alto, en especial, partes del relato que nos traen realidades contemporáneas muy interesantes, como la descripción del palacio de Chapultepec, auténtico Sitio Virreinal, págs. 73/76, y otros asuntos y lugares, como el paraíso de Puerto Rico, págs. 37/38, etc.

Sólo hemos encontrado un ejemplar de esta edición en el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, y en cuanto al original, sabemos por Palau y Dulcet, tomo VI, que hay uno en el Museo Biblioteca de Ultramar, y otro en la Hispanic Society de Nueva York. Incluye Romero de Terreros bibliografía de los hechos, que parecen haber dejado significativo recuerdo en la nación hermana a juzgar por la abundancia de testimonios impresos. Es lugar común de todo tipo de ediciones coetáneas, aunque no representa un episodio insólito, ya que era tradición establecida la entrada triunfal de los virreyes desde el inicio de la etapa colonial, véase la imprescindible de J. Ignacio Rubio Mañé, "Introdución al estudio de los virreyes de Nueva España, 1535-1746", tomo I, México, 1955, cap. IX, págs.115/197, Viaje de los Virreyes de Nueva España a su destino, llegada y recepción, con datos del virrey Escalona en págs. 146/149, y otras partes de la obra.

Obligado parece completar esta información con el capítulo correspondiente de "Virreyes españoles en América", de José Montoro, donde se ponen de manifiesto aspectos de la vida del virrey que jamás nos hubiera traido Gutiérrez de Medina, aunque Montoro le presenta caricaturizado en personaje de ópera bufa, que nosotros creemos se acerca más a la realidad. Era el duque hombre culto y de gustos refinados, estudiante en Salamanca, datos que apuntan en la dirección de adscribirle al partido de la Santa de Avila, véase nuestros comentarios al Octavario Festivo; llega viudo a México y, aparte de estar muy emparentado con la Casa Real española, era primo del duque de Braganza, que arrebata Portugal a la Corona, circunstancia que, unida a cierta probada predilección del IX marqués de Villena y Moya por los portugueses de la colonia, despierta justas sospechas en la metrópoli. Debido quizá a sus excesos y ostentaciones, produce y se le descubre algún desajuste de importancia en las cuentas del virreinato en un momento de especiales dificultades para la Corona, que arrostra las guerras centrífugas de Portugal y Cataluña. Parece que era, de todos modos, inocente de los cargos que se le imputaron, a causa de los cuales fue depuesto y encerrado en el convento de Churubusco por orden de D. Juan Palafox, obispo de Puebla de los Angeles y virrey en funciones que había llegado a México en la misma expedición que el Villena, cuya primera medida de gobierno es expulsar a los portugueses del puerto de Veracruz, y alejarlos por decreto a veinte leguas de la costa, según González Dávila, aunque para nosotros el mejor relato de los hechos lo realiza el mismo Palafox en su Memorial al Rey Felipe IV, B.A.E., vol. 218, brillante alegato donde hace gala de finos argumentos, deja claro el, cuando menos, sospechoso y estúpido proceder del virrey, y justifica plenamente la medicina empleada. Luego, embargaría los bienes del marqués y haría pública almoneda con sus alhajas, véase el Teatro Mexicano, de Vetancurt. Había recibido previamente instrucciones secretas del condeduque de Olivares por las que "...si fuera menester, y no hubiera otro camino seguro que quitarle la vida, lo hagan, cómo y en la forma que fuere menester". Por otra parte, es difícil imaginar un traidor a la corona en quien acostumbraba rezar todas las noches:


Señor: líbranos del mal,

de Cataluña y Portugal.

No hay que descartar posibles rencillas de clerigalla en el asunto, ya que el marqués era claro favorecedor de los jesuitas, quienes no estimaban mucho al franciscano Juan Palafox, hijo natural del marqués de Ariza, que luego fue un buen gobernador del Virreinato de Nueva España, como era de esperar si nos guiamos por lo que suele ocurrir en tantos casos de asunción de poderes civiles por parte de eclesiásticos. Recuérdese el papel del Cardenal Cisneros, que también era, por cierto, franciscano. Según González Dávila, “Teatro eclesiástico de la Nueva España”, tomo I, pág. 151, "...governó sin salario, y lo hizo con gran consuelo, y alivio de sus vassallos. Y llenó las Cajas Reales en cantidad de setecientos mil pesos, sin aver impuesto tributo, ni gavela". Hay que decir que a Juan Palafox se le sigue proceso de beatificación, a la sazón obstaculizado por los jesuitas, que habían protagonizado con el obispo de Puebla y visitador de la Real Audiencia de México un sonado contencioso iniciado en 1642 a raíz de unos dineros. Como quiera que el Consejo de Indias dictamina en contra del obispo, éste redacta un virulento memorial lleno de acusaciones contra la Compañía en el que faltan muy pocos pecados, y les prohibe predicar y confesar. La respuesta de los jesuitas no se hace esperar: acogiéndose a un privilegio de Gregorio XIII, nombran dos jueces conservadores que, naturalmente, exigen sean restituidos a la Compañía todos sus derechos, a lo que responde Palafox con excomunión fulminante, igualmente contestada por los conservadores. Resulta de todo ello un lujoso espectáculo de ceremonias y contraceremonias, prédicas y contraprédicas animadas con abundante toque fúnebre de campanas y olor de multitudes. Hay que decir que, llegado el momento y a punto de saltar el edificio por los aires, dando sabio ejemplo propio de sabia institución, optan todos por acatar la sentencia de un tercero que no es otro que el papa Inocencio X, por breve de abril/1648 en el que, naturalmente, restituye la autoridad del obispo aunque, humanos al fin, quedan heridas no restañadas como lo prueba la abundante bibliografía sobre los hechos, que todavía se recordaban muy bien en el siglo XVIII, en que llega a tomarse como bandera contra la Compañía de Jesús al obispo Palafox, a cuya beatificación se oponen lógicamente los jesuitas, postura que contrasta con el trato cariñoso que dan al marqués de Villena, véase "Cartas de algunos padres de la Compañía de Jesús sobre los sucesos de la monarquía española entre los años de 1634 y 1648", ed. de Gayangos, 7 vols., Madrid, 1861/1865, en M.H.E., tomos XIII al XIX, en especial los vols. III, IV, V y VII. Queda evidenciada, por otra parte, la fuerte personalidad del prelado. Todo un carácter. Véase sus alegatos en dos cartas al Papa, B/N Mss 7179, ff 503 y ss., y detallada descripción de este asunto en el tomo II de "La Iglesia y los eclesiásticos españoles en la empresa de Indias", 1963, por Antonio Ybot León, págs. 863 y 934/941, vol. XVII de la "Historia de América y de los pueblos americanos", dirigida por Antonio Ballesteros y Beretta, y en el "Teatro Mexicano. Descripción breve de los sucesos...", de Fray Agustín de Vetancurt, tomo III, Editorial Porrúa, Madrid, 1961, págs. 40/45. En el tomo II de la misma, Madrid, 1960, interesante aunque breve reseña del XVII virrey marqués de Villena, pág. 219, y ajustada pero muy completa semblanza del obispo en "Teatro eclesiástico de la primitiva Iglesia de la Nueva España en las Indias Occidentales", por Gil González Dávila, 2 vols., Madrid, 1649, o bien la edición de Porrúa, Madrid, 1959, tomo I, págs. 147/152. Hay que decir que el marqués de Villena fue a la postre exculpado de todos los cargos, y rehabilitado, véase Cartas de Jesuitas, M.H.E., tomo VII, pág. 388: viene el rey a Madrid en dic/1643, es recibido por la nobleza en pleno, el Villena llora de agradecimiento, y se desmaya, apenas una semana después de la muerte de José Isidoro, su hijo y heredero. Eran demasiadas emociones.

Declina Pacheco el Virreinato de Nueva España y acepta el de Navarra, que ocupó los cuatro últimos años de su vida, 1649/53, no sin antes haber contraido matrimonio con doña Juana de Zúñiga y Mendoza, de alta cuna, en 1644, con quien tuvo a Juan Manuel Fernández Pacheco, importante personaje del que luego nos ocuparemos. Había enviudado en 1638 de su prima hermana Luisa Bernarda de Cabrera y Bobadilla, VII marquesa de Moya, con quien tuvo a José Isidoro, muerto en agraz, y a Teresa Antonia Josefa, La Marquesina, véase Stuart Falco, Duque de Alba, y L. Hanke.

36. HANKE, Lewis.- "Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria. MEXICO IV". Madrid, 1977. Vol. 276 de la B.A.E., con la colaboración de Celso Rodríguez.

Véase el capítulo dedicado a Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena y duque de Escalona, virrey en el período 1640-1642, págs. 25 a 35, donde se narran los problemas de gobierno, y subsiguiente proceso del virrey a instancia del obispo Juan Palafox, que secretamente le acusaba de connivencia con los portugueses, recientemente emancipados de la corona española. Se trata del VII, y luego IX marqués de Moya, a la temprana muerte de su hijo José Isidoro Pacheco, véase Cartas de Jesuitas, M.H.E. tomo XVII, pág. 381, donde se dice que fallece de 11 años en 1643, a causa de las viruelas. Véase también Pinel, págs. 419/420. Padre de "La Marquesina" Teresa Antonia Josefa, y de Don Juan Manuel Fernández Pacheco, de ilustrísima memoria, véase Stuart Falco, Noticias históricas, y Gutiérrez de Medina, Viaje del Virrey. Aporta Hanke fuentes y datos esenciales para la comprensión del oscuro proceso, y otros detalles del paso de Don Diego por México. Extensa bibliografía en páginas finales del tomo V, de la que destacamos "Viaje del Virrey Marqués de Villena", de C. Gutiérrez de Medina, véase; el artículo de J. Juan Arrom en la Revista Iberoamericana, XIX, nº 37, pág. 79; y el Ms. 7179, B.N., que es el nº 770 del "Catálogo de Manuscritos de América existentes en la Biblioteca Nacional", de Julián Paz. No figura en esta bibliografía "Viaje por tierra y mar, feliz por mar, y tierra, que hizo el Excellentissimo señor Marques de Villena mi señor, yendo por Virrey, y Capitan General de la Nueva España...", en verso castellano, México, 1640, de Matías Bocanegra, con nueva edición al año siguiente, en la que se incluye la "Comedia de San Francisco de Borja", representada para el Virrey, sabedores sus nuevos súbditos, quizá, del gusto por las obras teatrales que exhibe el duque, véase Stuart Falco, Octavario Festivo, y la citada obra de Maravall, "La cultura del Barroco". Es difícil, en cualquier caso, la consulta de los libros de Bocanegra, pues sólo tenemos constancia de la existencia de un ejemplar de la edición de 1541 en la Biblioteca Pública de Nueva York, y copia fotostática en la Universidad de Yale, véase Rojas Garcidueñas, y J. Arrom, "Tres piezas teatrales del virreinato", México, 1976, pág. 227, libro en el que se reproduce integramente la citada comedia. Resulta sospechosa, no obstante, la coincidencia del título de Bocanegra con el de Gutiérrez de Medina, asunto que no hemos podido investigar todavía. Recomendamos vivamente la lectura del libro de Medina, en absoluto por su calidad literaria, sino por lo enjundioso de sus contenidos, evidencia sangrante, desde nuestro punto de vista, de las claves de la decadencia colonial española, y aún de la decadencia española, a secas. Es muy ilustrativa la lectura de B/N Mss 7179, nº 770 de Julián Paz, que contiene información detallada de los asuntos del Villena y el obispo Palafox en 566 páginas de apretada lectura, en especial hasta el fº 502, incluído un memorial al rey de Don Juan Manuel Fernández Pacheco, en contra de Palafox y en defensa de su padre, fº 146, y la respuesta del obispo, fº 253, cuya transcripción tenemos en "Juan de Palafox y Mendoza. Tratados Mexicanos", edición y estudio de F. Sánchez Castañer, en B.A.E., vols. 217 y 218, tomo II, págs. 13/34, de apasionante lectura: no os perdáis, por ejemplo, los renglones dedicados a la Grandeza de la insigne casa de los Pachecos, texto de un papel que, según Palafox, pone en circulación el duque de Escalona para su mayor gloria, págs. 24/25, en el que vemos la mano agradecida de Gutiérrez de Medina, o el chismorreo de los excesos verbales del marqués.